Hexagrama 40, La Liberación afuera Trueno, adentro Agua |
Lo que no vemos es Kan, adentro; que este hombre o mujer está capacitado para hacer frente a los riesgos que se le presenten.
Intento personificar el sujeto del hexagrama 40, sea que ésta es una condición siempre actual en la persona o sea que ésta es una condición que solo se actualiza en circunstancias extraordinarias.
¿Quién es, cómo es el sujeto del hexagrama 40, La Liberación?
......................................................................................................................
Gunvald Larsson miró rápidamente a su alrededor para ver si había alguna escalera o alguna otra cosa que pudiera ayudarle. No se veía nada. Una ventana del primer piso se abrió de repente y a través del humo y de las llamas le pareció entrever una mujer o más bien una niña que estaba chillando histéricamente. Con ambas manos hizo bocina ante la boca y gritó
—¡Salte! ¡Salte a su derecha! La joven estaba de pie sobre la repisa de la ventana, vacilante.
—¡Salte! ¡Ahora! ¡Tan lejos como pueda! ¡Yo la cogeré! La muchacha saltó. Llegó dando vueltas por el aire en dirección hacia él y Gunvald consiguió atrapar el cuerpo que se le venía encima, con su brazo derecho entre las piernas de ella y el izquierdo alrededor de sus hombros. No pesaba demasiado, quizá 45 o 50 kilos, y la cogió hábilmente, sin que llegara a tocar el suelo. En cuanto la tuvo en sus brazos, dio rápidamente media vuelta para protegerla del fuego que seguía rugiendo, avanzó tres pasos y la depositó en tierra. La joven apenas tenía diecisiete años. Estaba desnuda y todo su cuerpo temblaba mientras gritaba y sacudía la cabeza de un lado para otro. Aparte de esto, no parecía haber sufrido ningún daño. Cuando se volvió de nuevo, había otra persona en la ventana, un hombre envuelto en una especie de sábana. El fuego seguía ardiendo con más fuerza cada vez, el humo brotaba a lo largo del borde del tejado, y en la parte derecha de la casa las llamas habían empezado a salir a través de las tejas. «Si ese maldito departamento de bomberos no acude pronto…», pensó Gunvald Larsson; y se acercó al fuego tanto como pudo. Se oía el crujir y el chirriar de la madera ardiendo, y sobre su cara y su chaqueta de piel de cordero caían chispas ardientes que lentamente iban quemándose y extinguiéndose. Gritó tan fuerte como pudo para hacerse oír por encima del rugido del fuego.
—¡Salte! ¡Tan lejos como pueda, hacia la derecha! En el momento en que el hombre saltó, el fuego prendió en el trozo de tela en el que iba envuelto. El hombre lanzó un grito penetrante al caer, y trató de desprenderse de la sábana llameante que le envolvía. Esta vez el descenso no fue tan afortunado. El hombre era mucho más pesado que la joven y se retorció al caer; con su brazo izquierdo golpeó el hombro de Gunvald Larsson y cayó pesadamente, chocando su propio hombro contra los guijarros del suelo. En el último instante, Gunvald Larsson consiguió colocar su enorme mano izquierda bajo la cabeza del hombre, evitando así que se abriera el cráneo. Le dejó en el suelo y apartó la sábana ardiente, quemándose, al hacerlo, los guantes. El hombre también estaba desnudo, exceptuando un anillo de oro de matrimonio. Se quejaba de un modo horrible y murmuraba entre sus quejidos con voz gutural, semejante a la de un chimpancé imbécil. Gunvald Larsson le hizo rodar unos cuantos metros más lejos, y le dejó echado sobre la nieve, más o menos a salvo de las maderas ardientes que seguían cayendo. Al darse la vuelta, una tercera persona, una mujer con un sujetador negro, saltó del apartamento de la derecha que estaba ya en llamas. Su pelo rojizo ardía y cayó demasiado cerca de la pared. Gunvald Larsson se precipitó en medio de los tablones ardientes y del andamiaje de madera y la arrastró alejándola de la zona más peligrosa, apagó el fuego de su pelo con nieve, y la dejó echada en el suelo. Se dio cuenta de que la mujer se había quemado gravemente y ella continuó chillando y retorciéndose de dolor. Era evidente que también había caído mal, ya que una de sus piernas extendidas formaba con su cuerpo un ángulo enteramente anómalo. Era algo mayor que la otra mujer; quizá tendría unos veinticinco años, y era pelirroja, incluso entre los muslos. La piel de su estómago, pálida y fláccida, estaba curiosamente intacta; la cara, las piernas y la espalda eran las partes más dañadas, y también la piel entre sus senos, donde el sostén, al arder, había producido una quemadura profunda.
Cuando por última vez levantó los ojos hacia el apartamento del primer piso, vio una figura fantasmagórica que, ardiendo como una antorcha, en una patética espiral, desapareció con los brazos levantados por encima de la cabeza. Gunvald Larsson supuso que era el cuarto miembro de la reunión y comprendió que ya no había ayuda humana capaz de salvarle.
Las llamas habían alcanzado el ático y también las vigas del tejado bajo los ladrillos. Un humo cada vez más denso iba ascendiendo y se oían los crujidos del maderamen incendiado. Las ventanas situadas en el extremo izquierdo del primer piso se abrieron de pronto y alguien gritó pidiendo auxilio. Gunvald Larsson se precipitó y vio a una mujer con un camisón blanco inclinada sobre
la repisa de la ventana, con un envoltorio apretado contra el pecho. Un niño. El humo salía a raudales por la ventana abierta, pero parecía probable que no hubiese llegado todavía el fuego al apartamento, o al menos a la habitación donde estaba la mujer.
—¡Socorro! —gritó desesperadamente. Como el fuego no era tan intenso en esta parte de la casa, Gunvald pudo acercarse más a la pared, casi justo debajo de la ventana.
—¡Eche al niño! —gritó. La mujer lanzó al niño inmediatamente, sin vacilar un segundo, hasta el punto que le pilló desprevenido. Vio el envoltorio que se le venía encima y en el último instante extendió los brazos y lo cogió con las manos, casi como un portero de fútbol que para una pelota imprevista. El niño era muy pequeño. Gemía suavemente, pero no lloraba. Gunvald Larsson se quedó con él en los brazos durante unos segundos. No tenía ninguna experiencia con niños, y ni siquiera recordaba haber tenido alguno en sus brazos antes de ahora. Por un momento temió haber sido demasiado rudo con él y haberlo aplastado. Luego se apartó unos pasos y depositó el envoltorio en el suelo. Mientras se inclinaba sobre él, oyó unos pasos presurosos y miró hacia arriba. Era Zachrisson, jadeando y con la cara enrojecida.
—¿Qué? —dijo—. ¿Cómo…? Gunvald Larsson le miró sin pestañear y dijo:
—¿Dónde demonios está el coche de bomberos?
—Debería estar aquí… Quiero decir… que vi el fuego desde Rosenlundsgatan, y telefoneé…
—Entonces, por Dios Santo, ¡regresa corriendo y trae el coche de bomberos y la ambulancia aquí!
Zachrisson dio media vuelta y echó a correr.
—¡Y la policía! —vociferó Gunvald Larsson tras él.
La gorra de Zachrisson cayó al suelo y él se detuvo para recogerla.
—¡Idiota! —gritó Gunvald Larsson. Luego regresó hacia la casa. Toda la parte derecha se había convertido en un infierno rugiente y el piso del ático parecía arder también. De la ventana a la que se había asomado la mujer con el niño en brazos salía cada vez más humo y de nuevo apareció la mujer con otro niño, un niño de unos cinco años y de cabellos rubios, con un pijama azul floreado. La mujer arrojó al niño tan rápida e inesperadamente como la vez anterior, pero Larsson estaba preparado y cogió al niño sano y salvo entre sus brazos. Curiosamente, el niño no parecía asustado en absoluto.
—¿Cómo te llamas? —le gritó el niño.
—Larsson.
—¿Eres bombero?
—Por Dios, ¡apártate de aquí! — dijo Gunvald Larsson, dejando al niño en el suelo. Miró de nuevo hacia arriba y una teja, al caer, le golpeó la cabeza. La teja estaba ardiendo y a pesar de que el gorro de piel amortiguó el golpe, durante unos instantes todo se oscureció a su alrededor. Sintió el dolor de las quemaduras en la frente y la sangre que le corría cara abajo. La mujer del
camisón había desaparecido. Probablemente, pensó Larsson, para ir en busca del tercer niño. En efecto, en aquel momento la mujer reapareció en la ventana con un gran perro de porcelana en las manos que arrojó en el acto. El perro cayó al suelo y se rompió en mil pedazos. Al cabo de un momento, saltó ella. Esta vez la cosa no fue tan bien. Gunvald Larsson estaba situado directamente en la línea de caída de la mujer, y al recibir el impacto de su cuerpo cayó a su vez con la mujer sobre él. Se dio un golpe en la parte trasera de la cabeza y en la espalda, pero consiguió levantar a la mujer y quitársela de encima. Luego se puso en pie lentamente. La mujer no parecía estar herida, pero sus ojos tenían una mirada fija y vidriosa. Gunvald la miró y le dijo:
—¿No tiene usted otro niño? Ella le miró fijamente, luego se enderezó y empezó a gemir como un animal herido.
—Vaya allí y cuídese de los otros dos —ordenó Gunvald Larsson. El fuego se había apoderado ya de todo el primer piso y las llamas empezaban a salir por la ventana desde la que había saltado la mujer. Pero los dos ancianos estaban todavía en el apartamento del lado izquierdo de la planta baja. Evidentemente, el fuego no había empezado todavía allí, pero ellos no habían dado señales de vida. Probablemente el apartamento estaba lleno de humo, y era sólo cuestión de momentos que el techo cediera. Gunvald Larsson miró a su alrededor en busca de alguna herramienta y vio una piedra enorme unos metros más allá. Estaba helada y hundida en la tierra pero consiguió desprenderla. La piedra pesaba al menos quince o veinte kilos. La levantó sobre su cabeza y con los brazos extendidos la lanzó con todas sus fuerzas contra la ventana del apartamento del extremo izquierdo en la planta baja, haciendo añicos el marco de la ventana, que se deshizo en una lluvia de astillas de cristal y madera. Se arrastró hasta el antepecho de la ventana, se apoyó en un porticón que cedió y en una mesa que se derrumbó, y fue a parar al suelo de la habitación, donde el humo era espeso y sofocante. Tosió y se tapó la boca con la bufanda de lana. Luego arrancó la persiana y miró alrededor. El fuego rugía y al resplandor tembloroso de las luces del exterior distinguió una figura que yacía en un montón informe en el suelo. Era indudablemente la anciana. La levantó, transportó el débil cuerpo hasta la ventana, la cogió por debajo de los brazos y la depositó cuidadosamente en el suelo, donde ella volvió a acurrucarse contra la pared maestra. Parecía estar viva pero apenas consciente.
Respiró hondo y volvió al apartamento, arrancó la persiana de la otra ventana y destrozó la ventana con una silla. El humo se elevaba ligeramente, pero por encima de él el techo empezaba a combarse y alrededor de la puerta del vestíbulo iban apareciendo lenguas de fuego de color anaranjado. No tardó más de quince segundos en encontrar al hombre. No había conseguido salir de la cama, pero estaba vivo y tosía débilmente, lastimeramente. Gunvald Larsson apartó la manta, se echó el anciano sobre los hombros, atravesó la habitación y descendió por la pared entre una cascada de continuas chispas. Tosía ásperamente y apenas podía ver la sangre que se le escurría desde la herida de la frente, mezclándose con el sudor y las lágrimas. Con el viejo todavía a cuestas, arrastró a la anciana y los depositó uno al lado del otro en el suelo. Luego examinó a la mujer para comprobar si todavía respiraba. En efecto, estaba viva. Se quitó la chaqueta de piel de cordero, le arrancó unas cuantas brasas que habían quedado adheridas, la utilizó para cubrir a la joven desnuda que continuaba lanzando sus gritos histéricos, y la llevó junto a los otros. Se quitó también la chaqueta de tweed y cubrió con ella los dos niños; dio la bufanda de lana al hombre desnudo, que inmediatamente se la enrolló alrededor de las caderas. Por último se acercó a la mujer pelirroja, la levantó y la llevó al lugar de la reunión. Despedía un olor repulsivo y lanzaba gritos terribles. Miró en dirección a la casa, que ahora ardía por todas partes, ferozmente y sin obstáculos. Algunos coches se habían detenido junto a la carretera y la gente, asombrada, empezaba a apearse de ellos. Gunvald los ignoró. Se quitó la gorra chamuscada y la aplicó sobre la frente de la mujer del camisón. Le repitió la pregunta que le había hecho pocos minutos antes:
—¿Tiene usted otro crío?
—Sí, Kristina… su habitación está en el ático. Y al instante, la mujer rompió a llorar de modo incontrolable. Gunvald Larsson asintió. Manchado de sangre y hollín, empapado en sudor y con las ropas desgarradas, estaba allí entre aquellas gentes histéricas, traumatizadas, que gritaban inconscientes, llorando y medio moribundas. Como en un campo de batalla. Dominando el ruido del fuego se oyó el primitivo aullido de las sirenas. Y entonces, de pronto, llegaron todos a la vez. Camiones cisterna, escaleras de bomberos, bombas extintoras, coches de la policía, ambulancias, policías motorizados, y oficiales del departamento de bomberos en coches de color rojo. Y Zachrisson, que exclamó:
—¿Cómo… qué ha ocurrido? Y en aquel momento el techo se derrumbó y la casa se transformó en un brillante faro crepitante.
Gunvald Larsson miró su reloj. Habían transcurrido diecisiete minutos desde que se quedó solo y medio helado en la colina.
.................................................................................................................................
lecturaylocura.com/la-serie-de-martin-beck/
Es evidente que Zachrisson no es el sujeto del hexagrama 40 ¡se detuvo a recoger su gorra! El sujeto es Gunvald Larsson, quien le grita "¡Idiota!"
Gunvald Larsson no se lleva bien con las autoridades, nunca ascendió de puesto, siempre fue un detective y nada más. Zachrisson si ascendió, llegó a comisario.
Hace falta todo tipo de gente en el mundo, pero a mí me gustaría tener siempre a mano a un Gunvald Larsson. En ocasiones he actuado así, como Gunvald, pero sé que no tengo la capacidad de durar en ello. Eso no es lo mío, no es mi propósito aunque es cercano.
Uno puede encontrarse con los hexagramas en cualquier lugar y tiempo. Uno puede contemplar el mundo humano y reconocer a sus arquetipos.
La secuencia de hexagramas es perfecta.
El 39, El Impedimento, es estar en graves dificultades y necesitar ayuda. Tener la habilidad para encontrar cómo organizar y unir a los hombres para el trabajo que hace falta hacer.
El 40 es liberar a los hombres de una gran dificultad en la que están atrapados o uno mismo lo está, el 41 es brindar ayuda.
La secuencia también es una épica. Nuestra épica, la de todos los días.
Cuando por última vez levantó los ojos hacia el apartamento del primer piso, vio una figura fantasmagórica que, ardiendo como una antorcha, en una patética espiral, desapareció con los brazos levantados por encima de la cabeza. Gunvald Larsson supuso que era el cuarto miembro de la reunión y comprendió que ya no había ayuda humana capaz de salvarle.
Las llamas habían alcanzado el ático y también las vigas del tejado bajo los ladrillos. Un humo cada vez más denso iba ascendiendo y se oían los crujidos del maderamen incendiado. Las ventanas situadas en el extremo izquierdo del primer piso se abrieron de pronto y alguien gritó pidiendo auxilio. Gunvald Larsson se precipitó y vio a una mujer con un camisón blanco inclinada sobre
la repisa de la ventana, con un envoltorio apretado contra el pecho. Un niño. El humo salía a raudales por la ventana abierta, pero parecía probable que no hubiese llegado todavía el fuego al apartamento, o al menos a la habitación donde estaba la mujer.
—¡Socorro! —gritó desesperadamente. Como el fuego no era tan intenso en esta parte de la casa, Gunvald pudo acercarse más a la pared, casi justo debajo de la ventana.
—¡Eche al niño! —gritó. La mujer lanzó al niño inmediatamente, sin vacilar un segundo, hasta el punto que le pilló desprevenido. Vio el envoltorio que se le venía encima y en el último instante extendió los brazos y lo cogió con las manos, casi como un portero de fútbol que para una pelota imprevista. El niño era muy pequeño. Gemía suavemente, pero no lloraba. Gunvald Larsson se quedó con él en los brazos durante unos segundos. No tenía ninguna experiencia con niños, y ni siquiera recordaba haber tenido alguno en sus brazos antes de ahora. Por un momento temió haber sido demasiado rudo con él y haberlo aplastado. Luego se apartó unos pasos y depositó el envoltorio en el suelo. Mientras se inclinaba sobre él, oyó unos pasos presurosos y miró hacia arriba. Era Zachrisson, jadeando y con la cara enrojecida.
—¿Qué? —dijo—. ¿Cómo…? Gunvald Larsson le miró sin pestañear y dijo:
—¿Dónde demonios está el coche de bomberos?
—Debería estar aquí… Quiero decir… que vi el fuego desde Rosenlundsgatan, y telefoneé…
—Entonces, por Dios Santo, ¡regresa corriendo y trae el coche de bomberos y la ambulancia aquí!
Zachrisson dio media vuelta y echó a correr.
—¡Y la policía! —vociferó Gunvald Larsson tras él.
La gorra de Zachrisson cayó al suelo y él se detuvo para recogerla.
—¡Idiota! —gritó Gunvald Larsson. Luego regresó hacia la casa. Toda la parte derecha se había convertido en un infierno rugiente y el piso del ático parecía arder también. De la ventana a la que se había asomado la mujer con el niño en brazos salía cada vez más humo y de nuevo apareció la mujer con otro niño, un niño de unos cinco años y de cabellos rubios, con un pijama azul floreado. La mujer arrojó al niño tan rápida e inesperadamente como la vez anterior, pero Larsson estaba preparado y cogió al niño sano y salvo entre sus brazos. Curiosamente, el niño no parecía asustado en absoluto.
—¿Cómo te llamas? —le gritó el niño.
—Larsson.
—¿Eres bombero?
—Por Dios, ¡apártate de aquí! — dijo Gunvald Larsson, dejando al niño en el suelo. Miró de nuevo hacia arriba y una teja, al caer, le golpeó la cabeza. La teja estaba ardiendo y a pesar de que el gorro de piel amortiguó el golpe, durante unos instantes todo se oscureció a su alrededor. Sintió el dolor de las quemaduras en la frente y la sangre que le corría cara abajo. La mujer del
camisón había desaparecido. Probablemente, pensó Larsson, para ir en busca del tercer niño. En efecto, en aquel momento la mujer reapareció en la ventana con un gran perro de porcelana en las manos que arrojó en el acto. El perro cayó al suelo y se rompió en mil pedazos. Al cabo de un momento, saltó ella. Esta vez la cosa no fue tan bien. Gunvald Larsson estaba situado directamente en la línea de caída de la mujer, y al recibir el impacto de su cuerpo cayó a su vez con la mujer sobre él. Se dio un golpe en la parte trasera de la cabeza y en la espalda, pero consiguió levantar a la mujer y quitársela de encima. Luego se puso en pie lentamente. La mujer no parecía estar herida, pero sus ojos tenían una mirada fija y vidriosa. Gunvald la miró y le dijo:
—¿No tiene usted otro niño? Ella le miró fijamente, luego se enderezó y empezó a gemir como un animal herido.
—Vaya allí y cuídese de los otros dos —ordenó Gunvald Larsson. El fuego se había apoderado ya de todo el primer piso y las llamas empezaban a salir por la ventana desde la que había saltado la mujer. Pero los dos ancianos estaban todavía en el apartamento del lado izquierdo de la planta baja. Evidentemente, el fuego no había empezado todavía allí, pero ellos no habían dado señales de vida. Probablemente el apartamento estaba lleno de humo, y era sólo cuestión de momentos que el techo cediera. Gunvald Larsson miró a su alrededor en busca de alguna herramienta y vio una piedra enorme unos metros más allá. Estaba helada y hundida en la tierra pero consiguió desprenderla. La piedra pesaba al menos quince o veinte kilos. La levantó sobre su cabeza y con los brazos extendidos la lanzó con todas sus fuerzas contra la ventana del apartamento del extremo izquierdo en la planta baja, haciendo añicos el marco de la ventana, que se deshizo en una lluvia de astillas de cristal y madera. Se arrastró hasta el antepecho de la ventana, se apoyó en un porticón que cedió y en una mesa que se derrumbó, y fue a parar al suelo de la habitación, donde el humo era espeso y sofocante. Tosió y se tapó la boca con la bufanda de lana. Luego arrancó la persiana y miró alrededor. El fuego rugía y al resplandor tembloroso de las luces del exterior distinguió una figura que yacía en un montón informe en el suelo. Era indudablemente la anciana. La levantó, transportó el débil cuerpo hasta la ventana, la cogió por debajo de los brazos y la depositó cuidadosamente en el suelo, donde ella volvió a acurrucarse contra la pared maestra. Parecía estar viva pero apenas consciente.
Respiró hondo y volvió al apartamento, arrancó la persiana de la otra ventana y destrozó la ventana con una silla. El humo se elevaba ligeramente, pero por encima de él el techo empezaba a combarse y alrededor de la puerta del vestíbulo iban apareciendo lenguas de fuego de color anaranjado. No tardó más de quince segundos en encontrar al hombre. No había conseguido salir de la cama, pero estaba vivo y tosía débilmente, lastimeramente. Gunvald Larsson apartó la manta, se echó el anciano sobre los hombros, atravesó la habitación y descendió por la pared entre una cascada de continuas chispas. Tosía ásperamente y apenas podía ver la sangre que se le escurría desde la herida de la frente, mezclándose con el sudor y las lágrimas. Con el viejo todavía a cuestas, arrastró a la anciana y los depositó uno al lado del otro en el suelo. Luego examinó a la mujer para comprobar si todavía respiraba. En efecto, estaba viva. Se quitó la chaqueta de piel de cordero, le arrancó unas cuantas brasas que habían quedado adheridas, la utilizó para cubrir a la joven desnuda que continuaba lanzando sus gritos histéricos, y la llevó junto a los otros. Se quitó también la chaqueta de tweed y cubrió con ella los dos niños; dio la bufanda de lana al hombre desnudo, que inmediatamente se la enrolló alrededor de las caderas. Por último se acercó a la mujer pelirroja, la levantó y la llevó al lugar de la reunión. Despedía un olor repulsivo y lanzaba gritos terribles. Miró en dirección a la casa, que ahora ardía por todas partes, ferozmente y sin obstáculos. Algunos coches se habían detenido junto a la carretera y la gente, asombrada, empezaba a apearse de ellos. Gunvald los ignoró. Se quitó la gorra chamuscada y la aplicó sobre la frente de la mujer del camisón. Le repitió la pregunta que le había hecho pocos minutos antes:
—¿Tiene usted otro crío?
—Sí, Kristina… su habitación está en el ático. Y al instante, la mujer rompió a llorar de modo incontrolable. Gunvald Larsson asintió. Manchado de sangre y hollín, empapado en sudor y con las ropas desgarradas, estaba allí entre aquellas gentes histéricas, traumatizadas, que gritaban inconscientes, llorando y medio moribundas. Como en un campo de batalla. Dominando el ruido del fuego se oyó el primitivo aullido de las sirenas. Y entonces, de pronto, llegaron todos a la vez. Camiones cisterna, escaleras de bomberos, bombas extintoras, coches de la policía, ambulancias, policías motorizados, y oficiales del departamento de bomberos en coches de color rojo. Y Zachrisson, que exclamó:
—¿Cómo… qué ha ocurrido? Y en aquel momento el techo se derrumbó y la casa se transformó en un brillante faro crepitante.
Gunvald Larsson miró su reloj. Habían transcurrido diecisiete minutos desde que se quedó solo y medio helado en la colina.
.................................................................................................................................
lecturaylocura.com/la-serie-de-martin-beck/
Es evidente que Zachrisson no es el sujeto del hexagrama 40 ¡se detuvo a recoger su gorra! El sujeto es Gunvald Larsson, quien le grita "¡Idiota!"
Gunvald Larsson no se lleva bien con las autoridades, nunca ascendió de puesto, siempre fue un detective y nada más. Zachrisson si ascendió, llegó a comisario.
Hace falta todo tipo de gente en el mundo, pero a mí me gustaría tener siempre a mano a un Gunvald Larsson. En ocasiones he actuado así, como Gunvald, pero sé que no tengo la capacidad de durar en ello. Eso no es lo mío, no es mi propósito aunque es cercano.
Uno puede encontrarse con los hexagramas en cualquier lugar y tiempo. Uno puede contemplar el mundo humano y reconocer a sus arquetipos.
La secuencia de hexagramas es perfecta.
El 39, El Impedimento, es estar en graves dificultades y necesitar ayuda. Tener la habilidad para encontrar cómo organizar y unir a los hombres para el trabajo que hace falta hacer.
El 40 es liberar a los hombres de una gran dificultad en la que están atrapados o uno mismo lo está, el 41 es brindar ayuda.
La secuencia también es una épica. Nuestra épica, la de todos los días.
Enlazo acá una entrada que escribí para la segunda línea, la de los tres zorros y la flecha amarilla:
Comentarios
Muy muy esclarecedor.
Hace tiempo había consultado cuál es mi verdadero talento.
Me responde el maestro con la reunión 45 mutando la 2da y la 5ta al 40.
Simplemente no había pillado y ahora estás compartiendo esto.
Mi comprensión de los arquetipos va lento pero es lo más constante que he hecho en mi vida.
Aquí van pensamientos que me surgen al volver a hacer una interpretación de esa respuesta gracias a esta entrada:
Mi verdadero talento es transformarme, confrontar Hasta la última lámina de mi personalidad, en relación constante con otras personas a las que me siento atraída o atraigo a mi vida justamente para desarrollarme espiritualmente. (Línea dos)
También voy dándome cuenta que mi talento es escucharme: me escucho y me doy lugar a ser yo misma o siquiera doy lugar a ciertos "personajes" que me "habitan" para conocerlos. Antes Lose detestaba ahora puedo mirarlos y reír y llorar y después seguir, renovada, más valiente o humilde o lo que amerite la situación :)
Puedo seguir el flujo de atracción, seguir a el impulso invisible.. Me palpita el corazón x ello. Aunque también dudo (línea luminosa rodeada de trazos oscuros) y algunos que me rodean desconfian de mis intenciones...
Busco alcanzar la total honestidad conmigo misma. A pelar se!
Siempre siempre encuentro la perspectiva sagrada.
Me atrae comunicar, escribir, acentuar en brindar herramientas para empoderarnos sabiendo que somos navegantes: tenemos el "control" Hasta cierto punto.
A la quinta no he llegado a vivir la (creo) aún y reflexionar sobre ello y entender que Está latente en mi es interesante. Por ahora la quinta se me asemeja a caminar sobre una cuerda floja en la altura: uno va allí porque le atrae pero también porque confía y se debe arriesgar.
Y entonces, con esta entrada puedo alegrarme. Pues el 40, la persona del 40 es como Gunvald Larson. El tipo hace lo que tiene que hacer. Punto. No piensa en la recompensa ni en la desdicha. Punto.
De a momentos logro eso. Habrá que ver como continuará esta historia :)
Marta! Que sabría ud agregar o quitar, decir o callar?
Sinceramente agradecida x tu trabajo, te saludo cordialmente.
Fernanda.
(Fernand Alas)
Sería un desperdicio que se usaran solo para engrandecer la propia vida y tomar ventaja de los demás. Total honestidad consigo mismo, muy bien. Eso es vital. Pero, ¿empoderarse para qué? ¿Cuál es el propósito del empoderamiento?
Este hexagrama, por la secuencia, por el lugar donde está, entre el 39 y el 41. Y a continuación el 42!.
Estos hexagramas no son para uno mismo y nada más. Se queda corta la cosa así. El desarrollo espiritual no es solipsismo. No veo en lo que dices que comprendas esto.
Eso puedo agregar.
Saludos.
Me dedico actualmente a la práctica del yoga.
Cuando hablaba de empoderarnos en mi cabeza Está esta idea de hacernos responsables de lo que nos toca y liberarnos de programas mentales caducos para lograr comunidades, barrios, familias que retomen las riendas sobre las leyes humanas, mejor dicho, las leyes creadas x humanos. Economías regionales, solidarias, bancos de tiempo (uno es miembro y pertenece porque tiene un servicio o bien para ofrecer y puede simplemente al disponer de su tiempo, ser beneficiario del tiempo/ servicio/ conocimiento/bienes de los demás participantes). Algo Como sucede en la película "planeta libre".
Quizás no hablé de esto xq al soñar con ello no puedo ver ni soñar mi rol mi papel.
A lo mejor ya empezó esta atracción a "dicha comunidad". A lo mejor la invocare?
Fernanda.
Está bien, tienes talentos muy útiles para el trabajo comunitario, me alegra que ya estés pensando en eso.
Cariños.
No salirme de la pregunta jiji. Suele sucederme a veces.
No había dicho nada del 40 xq es muy elocuente esta entrada. Toda esa historia para poder entender que el 40 es lo despierto en el abismo, lo que suscita en el peligro. Tan simple lo decapaste al 40.
Al final " Manchado de sangre y hollín, empapado en sudor y con las ropas desgarradas, estaba allí entre aquellas gentes histéricas, traumatizadas, que gritaban inconscientes, llorando y medio moribundas. Como en un campo de batalla." ya no había más nada que hacer, entonces vuelve a ser el mismo Gunvald Larsson de siempre. Zachrisson no entiende nada jejeje, no está capacitado para actuar en los salvatajes.
Este hexagrama precisamente hoy cuando he enterrado a mi heroína del hexagrama 40, que con su ejemplo callado ha logrado lo imposible.
Abrazo gordo